La expansión colonial del noroeste de la Nueva España fue impulsada por la Compañía de Jesús, en el marco de un proyecto de evangelización de las poblaciones originarias de la región. Tras avanzar sobre la Pimería Alta (actual estado de Sonora y sur de Arizona) y Sinaloa, el proyecto se extendió a California, nombre con el que se designó al territorio descubierto “a la diestra mano de las Indias”. En 1697, Juan María de Salvatierra fundó la primera misión peninsular, Nuestra Señora de Loreto Conchó. Esta fundación permitió la exploración y el avance paulatino sobre la Sierra de la Giganta, donde dos años después, Francisco María Píccolo fundaría la misión de San Francisco Viggé Biaundó.
En cada misión, los misioneros buscaban introducir diversos cultivos para facilitar su mantenimiento, debido a la distancia y el costo que representaba el abastecimiento desde las misiones de la contracosta. Así, comenzaron a introducir granos y semillas para la siembra de frutales y hortalizas, destacando especialmente dos especies: la vid y el olivo.
Estas especies estaban sujetas al monopolio español que prohibía su producción fuera de la península ibérica. Sin embargo, para las misiones californianas se hizo una excepción, debido a que ambos cultivos proporcionaban insumos necesarios para la doctrina católica.
El aceite de oliva era esencial para la obtención de los santos óleos, utilizados en diversos sacramentos, mientras que el vino de la vid era clave para la celebración de la eucaristía.
Así, gracias a la práctica de la doctrina católica, estas plantas llegaron a la península, encontrando en los oasis seleccionados para la construcción de las misiones espacios idóneos para su adaptación. Con el tiempo, en los ranchos y comunidades que surgieron al margen del proceso misional, la adopción de ambos cultivos se convirtió en una parte importante de la cultura y las costumbres locales, integrándose como un componente fundamental de la identidad cultural del ranchero sudcaliforniano.
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